MI HISTORIA CON DIOS

 

Mi vida religiosa y espiritual

 

Desde que era una niña pequeña, la religión siempre ha sido una parte importante de mi vida. Mi historia religiosa y  mi primer encuentro con Dios fue a la edad de 8 años, mi familia decidió que era el momento de que yo recibiera el sacramento del bautizo en la iglesia católica. Recuerdo que, aunque no entendía completamente la importancia de ese momento, era consciente de que era algo significativo. Era un paso que me unía a la comunidad de la iglesia.

 

El bautizo, con su agua bendita y las oraciones de los padres y padrinos, era un acto de consagración que representaba un nuevo comienzo en mi vida espiritual. Sin saberlo, ese momento marcaría el primer paso de un viaje espiritual que me acompañaría a lo largo de los años, llevándome por distintos caminos y experiencias. A lo largo de mi vida, mi relación con Dios y mi forma de vivir la fe se han ido transformando y evolucionando, reflejando los cambios que he experimentado tanto en lo personal como en lo espiritual. Hoy tengo 20 años y, mirando hacia atrás, puedo ver cómo mi vida religiosa ha sido un pilar que ha dado dirección y sentido a todo lo que soy.

 

Crecí en un hogar que valoraba la fe católica, y aunque mi familia no era extremadamente religiosa, siempre hubo una presencia constante de Dios y de la iglesia en nuestra vida diaria. Sin embargo, a la edad de 11 años, algo cambió. Mi vida religiosa dio un giro cuando, por razones personales y familiares, decidí comenzar a asistir a una iglesia evangélica. No fue una decisión impulsiva, sino una búsqueda genuina de algo diferente, algo que me ofreciera una relación más directa y personal con Dios. Mientras que en la iglesia católica había experimentado una fe estructurada y formal, la iglesia evangélica me ofrecía una forma más viva y espontánea de relacionarme con lo divino.

 

Mi relación con Dios es lo más valioso que tengo. Desde siempre, he sentido su presencia de una manera especial, como un faro que ilumina mi vida incluso en los momentos más oscuros. Él ha sido mi refugio, mi guía y mi mayor fuente de fortaleza. No hay nada que me dé más paz que saber que, sin importar lo que pase, Dios está conmigo, sosteniéndome con su amor incondicional.Sin embargo, Mi vida espiritual ha sido un viaje de constante transformación, un proceso en el que mi relación con Dios ha sido la clave para entenderme a mí misma y mi propósito en este mundo. Debo admitir que ha habido momentos en los que me he alejado. No porque haya dejado de creer en Él, sino porque las preocupaciones, las distracciones o incluso mis propias dudas han ocupado un lugar en mi corazón. A veces, la rutina de la vida me ha hecho perder de vista lo verdaderamente importante, y sin darme cuenta, he dejado de buscarlo con la misma intensidad. Pero lo más hermoso de mi relación con Dios es que, aunque yo me haya alejado, Él nunca se ha apartado de mí. Siempre ha estado ahí, esperando pacientemente mi regreso, con los brazos abiertos y sin reproches.

 

Dios es el pilar fundamental de mi vida. Sin Él, nada tendría sentido. En los momentos de alegría, sé que es Él quien me bendice; en los momentos de tristeza, es su amor el que me sostiene. Ha sido mi consuelo en las noches de incertidumbre, mi fuerza cuando he sentido que no puedo más y mi esperanza cuando todo parece perdido. A través de cada prueba, he aprendido que Dios en su infinita gracia ha sido misericordioso conmigo y con mi familia.

 

He experimentado su amor de muchas maneras. A veces, ha sido a través de una oración respondida en el momento justo; otras veces, ha sido a través de personas que han llegado a mi vida en el instante en que más las necesitaba. Su mano y su amor han obrado en situaciones que parecían imposibles, y eso me ha enseñado a confiar, incluso cuando no entiendo lo que está sucediendo.

 

Sé que mi relación con Dios es un camino de crecimiento constante. No se trata de ser perfecto ni de nunca fallar, sino de aprender a regresar a Él cada vez que me he desviado. Cada día es una nueva oportunidad para acercarme más, para fortalecer mi fe y para recordarme que sin Él no soy nada.

 

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